La muerte de Emilio Lorenzo supone una pérdida lamentable. Era un gran germanista y fue el impulsor de los estudios de Filología moderna en la Universidad española. A él me unía una gran amistad y una relación especial de vecindad. El sentimiento es mayor porque ha sido una pérdida inesperada. Padecía una enfermedad que se desarrolló en las últimas semanas muy rápidamente. La tristeza también es grande para mí, como director de la Real Academia Española, porque se puede decir, sin exagerar nada, que era uno de los académicos más cumplidores, más activos y más entregados a la tarea de la Academia. Era un hombre muy trabajador y muy volcado al estudio en toda su etapa de catedrático de la Universidad Complutense y fue compañero de Alonso Zamora Vicente y de Camilo José Cela en la etapa gloriosa de la Universidad de Madrid, antes de la guerra. También desarrolló un labor muy prolífica en los años que estuvo como director de los cursos del extranjero en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander.
Desde que se quedó sordo debido a una meningitis, justo cuando ingresó en la Academia, en 1981, vivió única y exclusivamente para la RAE. Tenía además una gran formación filológica, tanto hispánica, germánica como anglosajona. Emilio Lorenzo era muy útil en muchos ámbitos del campo académico, tanto de la lexicografía como de la gramática. La Academia era su pasión. Llegar el jueves y ver a todos los compañeros académicos era encontrarse con el mundo exterior. Tan es así que el pasado viernes, cuando lo vi, me dijo que le mandara trabajo de la Academia, que pese a estar postrado en una cama, él de cabeza estaba bien. En la clínica de Puerta de Hierro, cuando lo ingresaron se llevó los papeles de la Academia.
Cuando yo viajaba por Iberoamérica siempre le traía periódicos, cuanto más raros mejor. Le hacían feliz. Se encerraba en su lugar de trabajo y empezaba a detectar palabras porque le apasionaban las cuestiones léxicas. Le gustaba leer, sobre todo, diarios de provincias porque decía que siempre utilizaban el lenguaje más cercano al uso del pueblo. Yo le llevaba los diarios y después él aparecía por la Academia con montones de fichas que había sacado de expresiones populares.