miércoles, 3 de julio de 2002



Introductor de la lengua germánica

Jorge Urrutia

Veinte días después de cumplir los ochenta y cuatro años ha fallecido el profesor Emilio Lorenzo. Desaparece con él otro hito más de la escuela española de lingüística, es decir, un tipo de profesor de gran cultura e interés amplios de los que ya parece no contar la universidad española.

Iniciado en los estudios dialectológicos, discípulo y amigo de Dámaso Alonso, tradujo con él el libro fundamental de Walther von Wartburg, «Problemas y métodos de la lingüística», y se preocupó, en la línea del maestro, por difundir y ampliar el método de crítica literaria estilística, llegando a publicar una conocida bibliografía. Es decir, supo aunar la investigación lingüística con la literaria. Su libro «El español de hoy, lengua en ebullición», que demuestra su siempre renovado interés por la lengua cotidiana, sigue siendo, al cabo de los años, un libro imprescindible para quien quiera acercarse con seguridad a la lengua española. En las preocupaciones que expresa ese volumen, siguió trabajando con su gran amigo, el erudito Valentín García Yebra, buscando soluciones para los anglicismos léxicos y sintácticos y estudiando los problemas de la traducción. Llegó a crear un Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores en la Universidad Complutense de Madrid, así como un Master en traducción.

Él mismo tradujo «El Cantar de los Nibelungos» y puede decirse sin exageración que fue el introductor de la lingüística germánica en España, como también lo fue posteriormente de la Lingüística aplicada.

Pero el profesor Lorenzo, responsable mucho tiempo del Curso Superior de Filología Española de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, así como de los Cursos para Extranjeros que cada verano se celebraban en Santander, supo además aprovechar la circunstancia para reunir cada año en aquella universidad de verano a las principales figuras de la lingüística y del estudio literario, como Rafael Lapesa o Emilio Alarcos, entre otros, que daban un tono de gran universidad a aquellos cursos, en cuyas tertulias se discutía con altura científica y amistad. Ese aire británico se respiraba también en el silencio y la atmósfera de trabajo de su seminario en la madrileña Facultad de Letras, donde ejerció su magisterio hasta su jubilación.